domingo, 2 de junio de 2013

La mascota de mi vecino

La relación con las mascotas es una relación económica, en el sentido que implica ordenamientos y racionalizaciones de tiempo, dinero, pensamiento y actividad física. El darle de comer, por ejemplo, o cambiar las piedritas a mis gatos: 3 comidas diarias, y cambio de piedritas una o dos veces por semana, digamos, 30 minutos cada vez. Y dinero: vacunas, compra de comida y las mencionadas piedritas, juguetes para los animales, collares, lo que consideremos necesario. Además, debemos prevenir ciertas situaciones: enfermedades, estados de ánimo (tristeza, excesiva excitación o calma, su modo de comunicarse para pedir o rechazar cualquier cosa), formas de abaratar costos de mantenimiento, etc.. Para prevenir o desenvolvernos cómodamente en la coyuntura que pueda aparecer en la convivencia con la mascota, debemos estar preparados, es decir, haber invertido tiempo para elaborar estrategias. Tener mascotas implica calcular, aunque sea oscuramente, sin explicitarlo, pero de manera constante. Y están las caricias, que por supuesto deben ser calculadas, ya sea por la necesidad del gato o por necesidad nuestra. Acariciar un gato, un poquito cada día, se hace de acuerdo a una rutina, que puede ser esquematizada, o puede no serlo, en cualquier caso ocupa tiempo: cargar al gato, tocarle el lomo, revisarle los dientes, hablarle.
Mi vecino no contempla nada de esto y me desquicia. Solo mantiene con su mascota una relación afectiva: le da a veces un par de palabras, lo alimenta malamente, o sea, se ocupa de ella como si fuera un objeto unidireccional: la mascota le da a él, ya sea tranquilidad, distracción, cosas así, pero él no le da nada de su parte. Me toca a mí hacer jugar a la mascota, revisarle las piedritas (el cochino de mi vecino ni siquiera hace eso), abrirle las ventanas, permitirle jugar con mis mascotas, etc. Es decir, fui absorbido en la economía de mi vecino, cumplo un rol que le corresponde a él, soy la empresa tercerizada que le permite desligarse de responsabilidades, pero en cambio yo no recibo nada, pues la mascota de mi vecino ni siquiera me cae bien. Puede decirse, por tanto, que yo soy efectivamente parte de la figura "mascota de mi vecino".